[LA TETA AMENAZADA]
Hace ya muchos años escuché una frase totalmente revolucionaria para mí en un congreso militante de lactancia: “Descubrimos que, mejorando nuestros partos, podíamos mejorar nuestras lactancias”, dijo alguna mujer. En efecto, sabemos que experimentar un parto traumático impacta negativamente en la lactancia, incluso pequeñas disrupciones en el mismo perjudican su buen curso y, por ende, su consecuencia fisiológica final y fundamental: la lactancia. Parto y lactancia forman parte de un continuum, aunque la tecnocracia occidental y el cartesianismo moderno-colonial los hayan entendido separadamente.

Muchos son los embates que padece hoy la lactancia materna humana. Lactancia a secas, diremos aquí, siguiendo a Paricio-Talayero (creador de e-lactancia); la lactancia “de fórmula” es otra cosa, el concepto “lactancia” debe ser reclamado y vindicado en su justo sentido, más aún por el tremendo ataque que supone la comercialización de sucedáneo (nuevamente: eso es fórmula o sucedáneo, no “leche” de fórmula; leche es leche materna, en este contexto, y lactancia es lactancia materna, en este contexto). De hecho, se exige que se hable de “fórmulas comerciales” de manera explícita, ya que no hay sucedáneo posible de la leche materna humana.

Según los últimos datos, las tasas de lactancia a nivel mundial no alcanzan ni el 50 por ciento en las criaturas menores de seis meses, lo que significa una hipogalactia social alarmante, con carácter pandémico en realidad. Llamo “hipogalactia social” (hipogalactia antrópica, en realidad) a la escasez de leche/lactancia por razones no fisiológicas o mórbidas, y tampoco ligadas a la voluntad de las madres, por cierto. Porque, como ya es archisabido, las principales causas de esta hipogalactia social, auténtica pandemia con consecuencias mucho peores que otras pandemias, no radica en una falta de deseo genuino de las madres por amamantar, sino en un sistema-mundo absolutamente hostil para con la lactancia.

Nunca se dirá lo suficiente: para Pérez-Escamilla, uno de los mayores expertos mundiales en lactancia, esta es la madre de la seguridad alimentaria. Es más, es la primera forma de soberanía alimentaria, y la mayor herramienta costo-efectiva a nivel mundial para la salud materno-infantil (esto es: con alcance universal, porque todo el mundo nace alguna vez, como mínimo).

La lactancia, que es amenazada cada día por el sistema, por el capital, por la industria farmacéutica de la fórmula (auténtica práctica neocolonial), y por supuesto por la violencia obstétrica, que entorpece e incluso cierra esa primera puerta a la lactancia que es el inicio de la vida. Los derechos inalienables de lactancia materna con que nace todo ser humano, derechos recíprocos entre madre y criatura (ya que la lactancia implica una relación sumamente simbiótica y mutual, y por cuanto supone de bueno para ambos), se ven amenazados por la precarización de un recurso fisiológico de primer orden, la leche materna, y la subalternización de la práctica que la hace posible: la lactancia, que implica una relación psico-fisiológica singularísima.
La leche queda precarizada, la práctica lactante –la lactancia-, subalternizada y minimizada.

La vida, amenazada.

[LA AMENAZA ESPECÍFICA DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA]

De todos aquellos embates que, decíamos al inicio, perjudican la lactancia, nos centramos aquí en las trabas más directas e inmediatas que la acucian, y que radican en la violencia obstétrica, porque aún falta una comprensión holística y ecosistémica sobre cómo dicha violencia obstétrica compromete la lactancia, constituyendo uno de los impactos negativos más importantes a la práctica lactante.

Numerosísimos estudios sobre violencia obstétrica muestran la correlación entre ella y el entorpecimiento de la lactancia tanto de forma inmediata como a plazo medio y largo, hasta el punto de que es un factor de riesgo para la misma. Por eso se hace tanto hincapié en no separar, por ejemplo, a madre y criatura: cualquier separación innecesaria (y casi todas lo son) desde el momento del expulsivo menoscaba esencialmente la lactancia. Los datos hablan. Ya Leboyer u Odent detallaron ese delicadísimo equilibrio hormonal, comportamental, de toda índole, ese equilibrio biocultural alucinante que sucede en un proceso de embarazo-parto- puerperio a través de la lactancia, que debe ser respetado ya que, si bien es muy potente, puede resultar también sumamente frágil y vulnerable a injerencias externas.

Sabemos que el incremento de la violencia obstétrica durante la pandemia de coronavirus fue unánimemente registrado pero, aunque es ya conocido que una experiencia traumática del parto influye negativamente en la lactancia, los datos del impacto de esta violencia sobre la lactancia los hallamos casi siempre dentro de investigaciones más genéricas, algo así como datos secundarios, datos complementarios.

Mena-Tudela et al. han realizado uno de los análisis más incisivos y exhaustivos sobre la violencia obstétrica durante la pandemia en España desde la propia percepción de las madres, con énfasis en la lactancia materna: esto es crucial porque hasta muy recientemente ha brillado por su ausencia una vinculación específica de la violencia obstétrica para con la lactancia.

Apenas existe todavía bibliografía específica que vincule violencia obstétrica con lactancia materna, de manera central, con escasas excepciones. Sí hemos encontrado numerosas alusiones a que ciertas prácticas constituyentes de violencia obstétrica (aunque no aparezca el término como tal en los estudios) perjudican también la lactancia, pero siempre en abordajes más amplios, no centrados específicamente en violencia obstétrica.

Por ejemplo, los estudios muestran como factores predictores negativos de la lactancia la práctica de la cesárea y la epidural, y al revés, el inicio de la lactancia inmediata al nacimiento, a través del contacto piel con piel, como predictor positivo de lactancia bien establecida y duradera. Veamos algunos ejemplos. Brandão et al. exploran las experiencias de este tipo violencia en Ecuador y, entre los diversos modos de violencia obstétrica registradas, las madres señalan la de no recibir apoyo conveniente para el inicio de la lactancia materna.

Otro estudio desarrollado en Canadá analizó los factores asociados con la continuación de la lactancia en madres jóvenes, hallándose relación significativa entre el abandono temprano de la lactancia (antes de dos meses) y la experimentación de situaciones estresantes, como la violencia obstétrica.

En el estudio de Loreto et al., que aborda la controversia en torno al uso del término “violencia obstétrica” en Brasil, entre las diferentes prácticas consignadas con ese nombre se menciona también “no permitir la lactancia en la primera hora”, reconocida como forma específica de violencia obstétrica por el 82 por ciento de residentes frente al 58 por ciento de especialistas de plantilla. Muestran entre otras cosas que la mayoría de profesionales entrevistados no está de acuerdo con el uso del término “violencia obstétrica” para definir el maltrato y el trato irrespetuoso a la madre.

Curiosamente, la mayoría de residentes sí reconoce numerosas prácticas definidas con el término en disputa, en mayor medida que los especialistas de plantilla. (Ver el reclamo de su mantenimiento.)

Que la violencia, en cualquier versión, daña el buen fluir de la lactancia puede parecer cosa baladí, una trivialidad. La violencia daña todo, todas las cosas buenas… más aún si son cosas que deban fluir, como la sexualidad, el erotismo, la sensualidad… y por supuesto la lactancia, que tiene mucho de todo eso, además de otras tantos elementos, con un complejo entramado hormonal, en delicado equilibrio, poderosamente opuesto a las dinámicas que suscitan la violencia y sus contextos relacionales, hormonales en todos sus sentidos, incluso.

Parece obvio, sí, y sin embargo es preciso mostrar estudios para avalar esta intuición evidente.

En cuanto a otras formas de violencia de género, ha sido también estudiado el tremendo impacto negativo de la violencia de pareja durante el embarazo, así como los síntomas depresivos posnatales tempranos, sobre la lactancia. Concretamente, el estudio de Lau et al. vindica estos dos correlatos como poco estudiados: centrada en Hong Kong, la investigación mostró sin ambages que las mujeres que no habían padecido experiencia de violencia de pareja/íntima durante el embarazo presentaban una probabilidad significativamente mayor de iniciar la lactancia.

Por su parte, otra investigación posterior desarrolló un amplio estudio de cohorte para evaluar si la experiencia de violencia psicológica de pareja afecta negativamente las tasas de lactancia en el caso de España. Los resultados son abrumadores: esta práctica duplicó literalmente las probabilidades de llevar a la evitación de la lactancia por parte de la víctima, más aún con la presencia de complicaciones obstétricas; en otras palabras: comparativamente, el doble de las madres que padece violencia psicológica de pareja durante el embarazo evitan amamantar, lo que supone por tanto que esta, entre otras cosas, constituye un riesgo también para el lactante, por la deficiencia tan grave que va a suponer para la díada madre-bebé. (Por desgracia, puede casi ser considerada una primera consecuencia deletérea de lo que se llamará después violencia vicaria.)

[UN APOYO MULTINIVEL PARA LA SOCIALIZACIÓN LACTANTE: POR UN MUNDO LACTANTE]
Curiosamente, a nivel popular todavía es mucho lo que se desconoce (o se ha olvidado) de la lactancia: como señala Pérez-Escamilla, se ha invertido más en investigar cuáles son los compuestos bioactivos del café que de la leche humana. Muchos ignoran que se trata de un sistema bioactivo y dinámico basado en la evolución, y ya que la maduración de nuestro período posnatal es muy larga. O cómo las compañías de “fórmula” han hecho patológicos muchos comportamientos fisiológicos de los bebés humanos. O que la lactancia depende de la interacción entre madre, bebé y entorno, implicando una co-regulación fisiológica hasta el punto de que, cuando se amamanta, los sistemas inmunes del binomio madre-bebé se vuelven uno (una vez más, el concepto cartesiano de individuo salta por los aires), y que por ello se trata de un derecho humano de reciprocidad, que implica a la díada.

Así, el amamantamiento es un proceso basado en el establecimiento de un vínculo socio-emocional de la díada, nunca un (mero) producto. La lactancia es, de hecho, generadora de relaciones sociales y un modo de estar psico-emocional, y la procura de modelos socio-ecológicos que creen entornos propicios para la práctica lactante ayudaría a recuperar una socialización lactante orgánica, espontánea.

No basta decir que la leche humana, o la lactancia materna, es muy buena y hay que darla, mamás. Eso es una burla. Dale a esa mamá tiempo para darla y dinero para poder vivir ella y el bebé mientras la da. Como mínimo. Porque con ello incluso contribuye al PIB. Porque no poder hacerlo en condiciones adecuadas supone un tremendo coste a todos los niveles, como ya sabemos, y aunque continuemos viviendo en esa disonancia cognitiva abrumadora que es entender que una madre lactante no está generando riqueza de todo tipo, esa falta de reconocimiento que supone una auténtica escisión del valor, siguiendo a Roswitha Scholz.

Del concepto, ya casi viejo, “hospital amigo de los niños”, se está evolucionando a un “planeta amigo de la lactancia” a través de la noción mucho más integradora de “Breastfeeding friendly”, porque la necesidad de políticas y prácticas que fomenten la posibilidad de la lactancia, y la corresponsabilidad pública sobre ella, debe operar a escala multinivel y global.

Para disminuir la brecha lactante y construir resiliencia radical para con la lactancia, una clave capital es entender el embarazo-parto/puerperio-lactancia como proceso, y de ese modo asumiremos todo como un continuum: no es una cosa el parto y luego la lactancia, del mismo modo que no es una cosa el embarazo y luego el parto, como dos eventos desvinculados. Solo la mentalidad analítica cartesiana, occidental, biologicista ciega, lo entendería así, y aunque paradójicamente sean la propia biología y la fisiología humana las que nos muestran que cualquier disrupción en el parto influye negativamente en la lactancia. La lastima.

Por tanto la violencia obstétrica es, también, un atentado contra la lactancia, y por ende contra las madres, las criaturas…, contra cualquier ser humano, ya que todo ser humano nace de madre, y debiera hacerlo en un mundo hospitalario a la lactancia.

Un mundo con soberanía lactante.

Un mundo lactante.

Ester Massó Guijarro. Profesora Titular de Filosofía Moral (Universidad de Granada)

[European Union’s Horizon-Marie Sklodowska Curie Action-2022-Staff Exchange under the Grant Agreement no. 101130141 IPOV-RESPECTFULCARE Project»: https://respectfulcare.eu/
PROYECTO POyÉTICAS (PID2023-148517NB-I00); Red Temática de Investigación “ESPACyOS. Ética de la Salud Pública” (RED2022-134551-T); ATLAS Bioethics Center; Grupo de Investigación “Bioética y éticas aplicadas” de la Universidad de Oviedo (GR-2023-00010); CYTED Laboratorio Iberoamericano de Ética de la salud Pública (LIBERESP: 623RT0148).]

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- José María Paricio, presidente de APILAM y creador de e-lactancia

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